La galería fotográfica de Magallanes
La Astrofotografía es una de las señas de identidad de Magallanes, la llevamos en el ADN.
Empezamos con fotografía tradicional (sí, ¡la de carretes!) hace dos décadas, probamos las primeras webcams, fotografiábamos con seguimiento manual, procesábamos con las primeras versiones de PixInsight...
¡Somos la historia de la Astrofotografía amateur!
Te invitamos a que explores nuestra galería, desde las imágenes más recientes a las primeras que guardamos, y verás el progreso ligado a la evolución de los equipos y las técnicas cada vez más sofisticadas.
@2024 - Jesús Carmona
Este es mi primer APOD (Astronomy picture of the day)
La NASA selecciona una fotografía diariamente para ser explicada al público general por uno de sus astrónomos. Ahí concurren fotografías de grandes astrofotógrafos, telescopios espaciales y hasta sondas enviadas al espacio.
Que seleccionen una de tus fotografías es uno de los mayores premios que puede recibir los que tenemos este hobby.
Es especialmente significativo para mí que eligiesen esta foto, ya que este objeto fue el primero que fotografié con autoguiado, casualmente en la misma fecha, 3 años antes (04.06.2021).
Datos de captura:
30 x lights 180s R, G y B
Skywatcher Esprit120ED pro
ASI183MC Pro
@2024 - Rafa Caro
El Muro del Cisne, parte de la nebulosa de emisión Norteamérica NGC7000, a unos 1.800 años-luz en la constelación del Cisne. He sustituido el rojo por el H-alpha (paleta HaGB 😀) para la nebulosa, y RGB para las estrellas. Y el resultado está bonito, ¿no?
Datos de captura:
20 x lights 60s R, G y B
50 x lights 300s Ha
TS Optics PhotoLine 115/800
ASI294MM Pro con filtros R, G, B y Ha
@2015 - Marcos Montes de Oca
Realmente cerca. Más cerca de lo que habían estado en los últimos 24 años. Tan cerca que ni el ser astronómicamente más insensible habría podido sustraerse al espectáculo. Así de juntitos paseaban esta noche Venus y Júpiter por la constelación de Leo. Como esperando a ponerse bajo el horizonte para engendrar a Fortuna ocultos a la vista de los mortales.
Mientras, en la Tierra, la luz del Sol reflejada por ambos planetas, tras recorrer unos cientos de millones de kilómetros, impresionaba el sensor de una EOS 500D, ajustada a una apertura de f 5,6, a medio segundo de exposición y a ISO 3600. El resultado es la imagen que ilustra este artículo. En ella, Júpiter aparece con su cohorte de satélites galileanos. Ganímedes a un lado; e Io, Calisto y Europa, al otro. Venus resplandece con un brillo más de diez veces superior al del Rey de los dioses. La Belleza, como suele, se impone al Poder.
@2014 - José Luis Espí
Fotografía realizada el pasado 23 de agosto. Es la suma de 12 tomas de 300 segundos con un refractor de 80 mm y 550 mm de focal con un reductor aplanador de x0.8,la cámara CCD era una QHY8L refrigerada a -15 grados. El autoguiado se hizo con un telescopio de 60 mm de lunático y una CCD Atik 16IC. Todo sobre montura EQ6. En realidad hice 16 tomas pero se me estropearon 4, 20 minutos de exposición que hubieran mejorado aún más la imagen. El preprocesado con darks y bias, el apilado y el posterior procesado lo hice con el Pixinsight 1.8. Pincha en la imagen si la quieres ver más grande.
@2012 - José Luis Espí
Esta foto de M31 hecha desde Jerez, es la integración de 10 fotos de 5 minutos, una de 10 minutos y 5 de un minuto. En total la exposición es de una hora y 5 minutos. Imagen sin daks ni flats ni bias. Apilado y procesado con Pixinsight. El telescopio es un refractor 80 ED de longperng f/6.8, cámara Luna QHY8L con filtro IDAS-LPS2 y el autoguiado con una cámara Atik 16 IC con un C8 y el programa PHD guiding.
@2012 - Marcos Montes de Oca
Costa noroeste de Cádiz. Mediaba julio y no habían dado las once. A esa hora, había concluido el crepúsculo náutico, pero no el astronómico: la noche no estaba todavía cerrada y el horizonte aún presentaba tintes azulados. La Luna acababa de sumergirse en el Atlántico y, elevado sobre el horizonte sur, centelleaba Scorpio. La constelación ofrecía su mejor perfil, alta y erguida, con la roja y brillante Antares culminando en su centro y las subgigantes azules, Shaula y Lesath, refulgiendo en su aguijón. El hongo de contaminación lumínica de la cercana Rota no llegaba a ocultar del todo la nube estelar del centro de la Vía Láctea (en el centro del borde izquierdo de la imagen), ni la Nebulosa de la Laguna (justo por encima), ni el brillante cúmulo de Tolomeo (a la izquierda de Shaula).
Aunque la estampa merecía mejor instrumental, no tenía a mano más que una pequeña cámara compacta. Rápidamente, la coloqué en el trípode, ajusté tiempo y sensibilidad de exposición (15 segundos a ISO 1600), y al tercer encuadre salió la imagen que protagoniza este post. Tras un poco de reducción de ruido, manipulación de capas y niveles, el resultado finalmente quedó aceptablemente presentable y, sobre todo, muy cercano a la experiencia visual de aquel momento.
Mi reflexión es que la astrofotografía no es más que una afición y, como tal, debe ser, ante todo, gratificante. A mi entender, el empleo de costosos telescopios, pesadas monturas, cámaras vanguardistas, complejas aplicaciones y largas sesiones de procesado sólo se justifican si el resultado es verdaderamente excepcional. Imágenes como esta, sencillas, sin grandes pretensiones, tomadas de manera informal, sin preparación alguna y con un instrumental muy modesto, pueden llegar a captar con razonable fidelidad la grandeza del firmamento tal como la percibe un observador a ojo desnudo. Y con eso y unas letras en el blog, uno se va a su casa contento, que es lo que se busca cuando se cultiva una afición.
@2010 - Marcos Montes de Oca
Era la hora en que concluía el crepúsculo náutico. El Sol había descendido doce grados por debajo del mar. Por encima de este, unas nubes altas y lejanas teñían de encarnado el horizonte. Más arriba, conforme la vista ascendía hacia el cénit, el aire iba pasando por todas las tonalidades del azul, desde el cian más tenue hasta el zafiro más intenso. Mucho más allá de nuestra atmósfera, y brillando a través de ella, los planetas Venus, Marte y Saturno coincidían en su danza orbital formando una conjunción que adoptaba la figura de un triángulo casi rectángulo flotando sobre las aguas atlánticas. Por último, en los mismos confines del alcance de nuestros ojos, algunas estrellas de la constelación de Virgo (Pórrima, Zaniah, Zavijava) comenzaban a apreciarse, muy débiles aún en el fulgor del ocaso.
El cuadro que la naturaleza ofrecía en aquel momento era un regalo para los enamorados, con Venus, la misma diosa del amor, presidiendo la escena. Pero el fiero Marte, el dios de la guerra, junto a ella, nos recordaba que, en ese mismo punto de la costa gaditana, hace 199 años (un suspiro en términos astronómicos), diez mil españoles, dispuestos a liberar a Cádiz de su asedio y auxiliados por algo más de cinco mil aliados británicos y portugueses, trababan batalla con otros diez mil soldados del invasor ejército imperial francés. La contienda dejó cerca de cuatro mil cadáveres sobre las arenas, franceses en su mayoría, pero no decidió nada: las gaditanas volvieron a hacerse tirabuzones con las bombas que los fanfarrones siguieron tirando, y Saturno, el tiempo, prosiguió su discurrir mientras los planetas, ajenos a esos mínimos movimientos de materia orgánica sobre la corteza terrestre, continuaban el sereno trazado de sus órbitas.
@2010 - Marcos Montes de Oca
En el crepúsculo vespertino del pasado domingo 16 de mayo, los dos objetos más brillantes del firmamento nocturno ofrecían un hermoso espectáculo: la Luna y Venus flotaban juntos sobre el horizonte oeste, en Géminis ella, él en Tauro.
Esta situación de mutuo acercamiento de astros se denomina conjunción (del latín coniunctio: unión, enlace, acuerdo). La más vistosa que puede observarse es precisamente esta de Venus con la Luna. Se trata, además, de una conjunción relativamente frecuente, ya que nuestro satélite recorre las inmediaciones de Venus una vez al mes. No obstante, no todos los meses podemos disfrutar de este espectáculo, debido a que, durante buena parte el año, Venus se coloca en las inmediaciones del Sol (es decir, en conjunción con este) y, por tanto, el resplandor del astro rey vela el brillo del planeta. Otras veces, aunque Venus se encuentre suficientemente alejado del Sol, el momento en que la Luna se le acerca resulta ser durante el día, de modo que, aunque la Luna sí pueda verse, el resplandor de Venus no llega a destacar en el cielo, salvo que se empleen prismáticos y se sepa perfectamente a dónde mirar. Aun así, todo lo que se verá sobre el brillo del cielo diurno será el diminuto punto de luz de Venus próximo a una Luna poco contrastada.
En el momento en que el autor de este post tomó la foto (entre las 22:20 y las 22:45 hora local), cuatro grados y medio separaban a Venus de la Luna. El manto de estrellas de la Vía Láctea, tendido a lo largo de Géminis y Tauro, servía de fondo a su encuentro; lamentablemente, el brillo de la mayor parte de las estrellas cedía ante el intenso resplandor de los dos astros conyugados. Por este motivo, sólo las estrellas más brillantes aparecen en la imagen. A esto se une el hecho de que el cielo aún no estaba completamente oscuro (nótese el tono azul profundo del fondo). Aun así, la magnitud límite de la estrellas se acerca a la novena, lo que se asemeja mucho a la visión real a través de unos binoculares. No es un mal resultado, tratándose de una integración de 30 imágenes de sólo 4 segundos cada una.
Pulsando sobre la imagen para verla ampliada, y prestando cierta atención, pueden apreciarse las estrellas más brillantes del cúmulo abierto M35. Para localizarlo en la imagen, debemos imaginar que la Luna es un reloj, y prolongar la aguja que marcase las once hacia el borde de la foto hasta dos tercios de su longitud.
También destaca la estrella 1 Geminorum a menos de medio grado a la izquierda de nuestro satélite. Es también de reseñar el relativamente elevado número de estrellas dobles dispersas por la imagen: a medio grado de la Luna (longitud equivalente a su diámetro), en dirección a las siete en el reloj, podemos ver una de ellas; y a un grado de Venus, en dirección a las once, aparece otra.
El panorama en su conjunto resulta enormemente evocador. No resultaría difícil imaginarse, cercano al horizonte y recortado sobre el cielo, el perfil de los tejados, las cúpulas y los minaretes de las antiguas Estambul, Bagdad o Samarcanda. Pero lo único que puedo ofrecer son las copas de los árboles de los Jardines de Santo Domingo, frente a mi humilde observatorio jerezano, urbano y domiciliario.
@2009 - Marcos Montes de Oca
Tres planos
La vista del hombre, como sabemos, es tridimensional: el hecho de contar con dos ojos nos permite apreciar la profundidad de los escenarios en los que nos movemos. En efecto, entre nuestras dos pupilas media una distancia de unos 6 o 7 centímetros, y ello hace que la imagen que cada ojo percibe sea ligeramente diferente. Cuando estas dos imágenes, convertidas por la retina en impulso nervioso, alcanzan la zona del cerebro encargada de procesarlas (el córtex visual), son fundidas en una sola, que está dotada de sensación de profundidad. Por eso decimos que nuestra visión es estereoscópica.
Sin embargo, este sistema de visión estereoscópica con el que la naturaleza nos ha dotado tiene sus limitaciones: puesto que la base del mismo es la diferencia entre las imágenes recogidas por cada ojo, nos encontramos con que, cuando los objetos están muy lejanos, ambos ojos perciben exactamente la misma imagen y, por tanto, perdemos la noción de profundidad.
Y, cuando de objetos lejanos se trata, ninguno lo es tanto como los cuerpos celestes. Por este motivo, percibimos visualmente el cielo nocturno como un manto de estrellas en el que la tercera dimensión parece por entero ausente. Sin embargo, como tantas otras veces ocurre con nuestra percepción del universo, esto es una imagen falseada por la limitación de nuestros sentidos. En realidad, entre estos objetos que nos parecen dispuestos en una bóveda, existen verdaderos abismos.
La fotografía que protagoniza esta entrada es un buen ejemplo de ello. Se trata de una imagen tomada por el autor en el lugar de observación de Magallanes en Calar Alto (Almería), en las cercanías del Centro Astronómico Hispano Alemán, durante la madrugada del 22 de agosto de 2009. En ella apreciamos un campo de estrellas sobre el que destacan dos objetos: una galaxia en la esquina superior izquierda y un cúmulo globular en la esquina inferior derecha. Ambos cuerpos parecen flotar entre las estrellas, sin que podamos intuir profundidad alguna en el conjunto. Sin embargo, el estado actual de la ciencia astronómica nos permite aportar ciertos datos que nos ayudarán a entender lo que en realidad estamos viendo.
En primer lugar, convendría recordar cuál es la estructura de nuestra galaxia y cuál es el lugar que ocupamos dentro de ella. Las estrellas de la Vía Láctea, como nuestro Sol, se encuentran dispuestas en un disco aplanado que rodea un denso núcleo. La distancia que nos separa de dicho núcleo es de 28.000 años-luz. El grosor de este disco, por otra parte, es de unos 1.000 años-luz. Pues bien, cuando esta imagen fue obtenida, la cámara estaba apuntando casi exactamente hacia “abajo” del disco de la galaxia, entendiendo por “abajo” la dirección perpendicular al disco en sentido sur. Si la galaxia fuera un DVD sostenido horizontalmente por una mano, y la Tierra fuese una motita suspendida en el interior del grosor del disco, estaríamos mirando justo hacia el suelo. En esta dirección (que, con propiedad, se denomina el sur galáctico), lo primero que vemos es una nube de estrellas pertenecientes a la constelación de Sculptor que se prolonga aproximadamente 500 años-luz (recordamos: el disco tiene un grosor de 1.000 años luz y nos hallamos en un punto más o menos equidistante de sus límites inferior y superior). Si, en lugar de hacia “abajo” de la galaxia, estuviéramos mirando hacia su centro, en dirección a la constelación de Sagitario, esta nube tendría una profundidad no de 500, sino de 28.000 años-luz y, por tanto, se nos mostraría con una densidad de estrellas mucho mayor. En nuestra foto, por tanto, el campo estelar es relativamente pobre, y ello a pesar de que el contaje automatizado de estrellas nos arroja un número aproximado superior a las 9.000.